Un metro sesenta y siete de alto, cincuenta y tres kilos, cabello liso y un poco ondulado en las puntas de color castaño oscuro, todo esto junto a un flequillo que hace marco a unos grandes ojos fuscos llenos de curiosidad.

Sí, soy una chica normal (o mejor dicho promedio dado que no creo en que haya parámetros para clasificar a la gente en normal o anormal). Sin embargo, cuando me empiezas a conocer, te das cuenta de que algo anda mal. Que no soy exactamente una chica promedio aunque en el exterior figurara que así es.

Esto que me hace diferente (quien no dice especial) se esconde detrás de mis ojos, justo en una pequeña pero poderosa red de neuronas en mi cerebro. Muchos lo llamarán fobia, pero yo que comparto mi mente desde hace unos diez años con esta cosa, lo llamo Monstruo.

Mi “fobia” o como la quieran llamar, no tiene un nombre especifico. No es hemofobia ni tripanofobia ni nada de eso. Mi problema consiste en no poder tolerar una explicación relacionada con el cuerpo humano. Lo sé, es raro. Puedo ver tranquilamente una serie en la televisión en el que a una persona le explota la cabeza con grandes chorros de sangre y hasta puedo ver imágenes de esa índole, pero al momento en el que una persona empieza a hablar con detalles sobre algo relacionado con el cuerpo humano, ya sea enfermedades o los sistemas, PUM, me desmayo.

Todo empieza con una palabra ya sea de una clase de biología o en una amigable charla casual. Ésta palabra es el principio del fin, porque sea cual sea esta mísera palabra sé que devastará la curiosidad del resto para hacer preguntas y obtener más información del tema. Y entonces la explicación da comienzo. Palabras del tipo corazón, venas, succión, derrame, lóbulo frontal resuenan en mi cabeza y despiertan a mi monstruo que empieza a obtener control de mi cuerpo poco a poco. Primero manos mojadas de sudor, luego pequeñas manchas en mis ojos que nublan mi visión y cuando me doy cuenta que no lo soporto más, mis piernas me fallan. Caigo y me despierto con alrededor de cincuenta pares de ojos mirándome fijo. Entonces me empiezo a preguntar: A) ¿Por qué me miran? B) ¿Por qué estoy acostada en el suelo? C) ¿Me habré desmayado otra vez? D) ¿Y ahora que mierda hago? ¿Me levanto fingiendo que nada paso? ¿Me quedo acostada? ¿QUÉ HAGO?

Y antes que logre decidirme que hacer para salir de esa situación tan bochornosa, se escucha una sirena acercándose y mi único pensamiento es: -Genial, llamaron a una ambulancia. Porque lo mejor que le puedes hacer a una chica que le tiene miedo a la biología, enfermedades y demás, es traer a un médico. Es como esperar que el lobo socorra a la oveja.

Me he saltado unas cuantas clases de dicha materia y algunas otras como Ética cuando tratamos el tema del aborto. Sin embargo, las apruebo todas. Como dije, no tengo ningún problema en leer o ver algo de ese tipo en una pantalla. El Monstruo cobra vida cuando es una explicación con detalles en vivo y directo.

A lo largo de mi no tan larga vida (valga la redundancia), he tenido alrededor de nueve psicólogos y he visto de todo: al sabelotodo, al inepto, al entendedor, a la que le hecha toda la culpa a los padres y la lista sigue y sigue.

No obstante, un día llegue a (como yo le digo) una nueva fobiologa. Si les soy sincera, les diré que no tenía esperanzas en ni este ni en ningún otro tratamiento. Pensaba que sería un monstruo que tengo que aprender a convivir con él por el resto de mi vida pero resulto que estaba equivocada.

Hicimos varias sesiones durante casi un año completo y hoy llegue a mi alta. No me malinterpreten, El Monstruo sigue allí pero ahora es pequeño, casi insignificante y me advirtieron que, tal vez, mediante un estímulo, se vuelva a despertar y empiece otra vez a crecer e invadirme por completo. Pero ahora se a dónde recurrir antes que esto vuelva a apoderarse de mi vida.

Como modo de conclusión, me gustaría repetirles que ya llegue a mi alta aunque ni yo misma me lo crea. He pasado más tiempo en mi vida con El Monstruo en mi cabeza que sin él y tal vez solo el tiempo me hará caer en la realidad de que realmente lo vencí y cuando llegue ese momento, entonces habré dejado de compartir mi mente y habré comenzado a vivir de verdad.

M. A. Costa (17 años)

Me resultó muy efectivo para poder superar la ansiedad que tenía. También aprendí a respirar, que no solo ayuda en este contexto de situación, sino en muchos otros. El tratamiento me ayudo mucho. Me enseño a pensar diferente y vivir mas relajada. : )

Por ejemplo, antes me molestaba la idea de no poder dormir y ahora duermo re bien.

También pensaba mucho si la ropa estaba bien acomodada como yo quería y ahora no le hago caso. : )

Cami (12 años)

En primer lugar, quiero agradecer la oportunidad que como familia nos dan para poder contar nuestra experiencia con respecto a este tema y ayudar dentro de nuestras posibilidades a otros padres.

Brevemente les comento nuestro caso. Somos una familia compuesta por papá , mamá y tres hijos. El mayor de 18 años , Agustina de 15 y el más chico de 10 años.

Todos concurren al mismo colegio desde jardín de infantes y se trata de una institución pequeña donde el trato es muy personal .

Agustina concurre a un curso en el que por distintas circunstancias los padres siempre tuvieron mucha intervención , circunstancia que en un principio parecía normal por la edad de los chicos pero a medida que iban creciendo tal intromisión no menguaba sino que continuaba y perjudicaba la relación de grupo.

Pero más allá de las cuestiones particulares que nos tocó vivir , quisiera recalcar tres conceptos que con ayuda de nuestra terapeuta y reflexionando considero que pueden ayudar a otros padres.
En primer lugar , cuando un hijo nos cuenta que siente que está padeciendo bulling o nos transmite su angustia por hechos que lo hacen sentir discriminado , burlado o menospreciado, tenemos que creerle.

A nosotros en un principio nos costaba creer que lo que nuestra hija nos contaba fuera realmente cierto, pensábamos que tal vez estaba pasando por un momento de mayor sensibilidad o que era normal para su etapa de adolescente.

Tuvimos la suerte que ella pudo confiar en nosotros y expresarlo en palabras y concretamente pedir ayuda de un terapeuta. Muchas veces los chicos no pueden hacerlo y capaz que lo expresan de otra forma , con síntomas físicos o se lo guardan y la angustia aflora después.

Cuesta creerlo pero es así, los padres tendemos a pensar que son cosas de chicos y que después se le va a pasar, pero yo aconsejaría como primer paso que les creamos, luego con la ayuda de un profesional puede dimensionarse la magnitud o la verosimilitud de lo que nos cuentan. Pero ellos necesitan que confiemos en su palabra.

En segundo lugar, y como nos sucedió a nosotros , tenemos que considerar que los chicos que son observadores del bulling, es decir que no pertenecen ni al grupo que discrimina , ni al discriminado , también se ven afectados y mucho, es decir también son víctimas del bulling, no les pasa desapercibido.

Nuestra hija, estuvo observando durante un año , como se apartaba y discriminaba a una de sus compañeras. Y esa experiencia tuvo que haber sido dolorosa, porque por sus valores no estaría de acuerdo con esa situación , pero al mismo tiempo tendría miedo de revelarse y padecer el bulling de sus compañeros.

De hecho eso es lo que sucedió, luego de un año tuvo el coraje de enfrentar esa circunstancia que para ella resultaba injusta y desagradable y obviamente fue apartada del grupo mayoritario, lo que le produjo mucha angustia que por suerte nos pudo transmitir y pudimos resolverlo con ayuda terapéutica.

En tercer lugar, ayudarlos a ver que siempre hay otras personas dispuestas a mantener un vinculo de amistad con ellos, en el club , en otro curso , es decir que ellos valen y pueden ser apreciados por otros chicos.

En nuestro caso particular ayudó mucho que ella fuera a practicar un deporte a un club y tener otro círculo de amistades. Es más creemos que esa circunstancia fue la que la llevo a revelarse contra lo que ella observaba que era injusto .

Bueno , mirándolo un poco a la distancia, considero que a pesar de los malos momentos que pasamos por este tema, hubo un saldo positivo.

Aprendimos que no estábamos exentos como familia de vivir estas circunstancias, que por suerte Agustina pudo confiar en nosotros y nosotros ayudarla , y también sentirnos reconfortados por la actitud de nuestra hija que tuvo la valentía de poder hacer visible lo que estaba sucediendo en su curso.

Hoy Agustina formó un nuevo grupo de amigas y de a poco el curso comienza a respetar las diferencias y gustos de cada chico , es un trabajo de hormiga pero confiamos en que podrá resolverse.

Una familia, sobre el bullying

Dejanos tu testimonio

Si ya leiste los testimonios aquí publicados, tal vez te animes a dejar el tuyo.

Es por eso que dejamos a tu disposición este formulario para que puedas contarnos tu experiencia.


    2285 caracteres restantes